Instrucciones para ir de compras pasados los 50

Bien podría suceder que un día, sin previo aviso, al abrir el armario, observase que las calorías, la menopausia o cualquier otra engorrosa circunstancia, han encogido notable y simultáneamente toda su ropa. Será entonces conveniente proceder a deshacerse de toda ella con absoluta calma, pues es bien sabido que una reacción de estrés produce grandes cantidades de cortisol que, entre otros efectos secundarios, engorda. Ante semejante eventualidad, se recomienda desprenderse de esta peligrosa enzima por medio de abundantes lágrimas. Medida de la estrategia: variable. Evite acompañarla del consumo de una tarrina de Hagen-Dazs sabor dulce de leche y corte por lo sano cuando empiece a parecerse a Eduardo Manostijeras. Otros medios de eliminación, como procurarse una sudoración copiosa por medio de la práctica de ejercicio en un gimnasio, pueden conseguir efectos parecidos, pero resultan, sin lugar a dudas, mucho más ingratos.

No quedará otro remedio, para volver a poblar las tristes perchitas vacías y las desiertas gavetas inferiores del clochard, que acudir a algún centro comercial de las afueras y afrontar un atasco semejante a los del Wanda en partido de Champions. Adviértase que debe haber conservado alguna prenda, aunque le resulte estrecha, incómoda o directamente patética, pues acudir desnuda a uno de estos lugares podría acarrearle serias consecuencias. Evite, además, el ataque a traición de su imagen no deseada en un espejo, salvo que refuerce la estrategia de eliminación del cortisol propuesta en el párrafo anterior.

Puede que advierta, entonces, que los estilizados maniquíes que la embelesan con el outfit divino de las que nada temen no se asemejan a las formas que la vida ha acumulado, redondas, sobre sus caderas. Quién de ambos estará más cerca de la muerte. No flaquee ni por un momento en cubrir lo vivo, lo real, tan antiestético, con los más aceptables velos de lo imaginario. Consienta dócilmente en parecer una copia grotesca de esa foto de sus esmirriados veinte años, que la reta, terca, desde el marco de plata cada vez que limpia el polvo de la sala. Elimine de sus iris cualquier atisbo de autocrítica, crea devotamente en las lisonjas insinceras de su acompañante de probador, ponga un bozal al chillido de los espejos. Pero evite los outlets del Pinkie y no se funda el salario del mes próximo en todos esos trapos que nunca se pondrá para merendar con sus amigas media docena de manolitos.

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